viernes, 28 de diciembre de 2012

Piñas, ruinas, memoria que se desvanece




Estos días volví a uno de los lugares de mi infancia y adolescencia. Son unas casas abandonadas a 3 kilómetros de mi lugar en el mundo. Antes vivían 2 ó 3 familias allí, pero yo no lo recuerdo habitado. Son unas casas en mitad de la montaña, un pozo, una nevera de esas antiguas, donde guardaban la nieve apretándola para que se compactase y aguantase más. Me gusta la forma de la cúpula de piedras, es de una belleza increíble, sencilla…
También había una balsa, pero hace demasiado que está seca. Y una fuente. De esa aun brota agua, pero de un agujero. Ya no está la fuente física que sí recuerdo, con su pequeño pilón de piedra, hoy escombros y hierbajos.


Durante años fue parte de mi ritual navideño, igual que ir a un pico cercano a buscar musgo para el belén que montaba con mi madre. Íbamos mi padre, mi hermana y yo a buscar piñas para adornar la casa. Hay 2 cedros preciosos, totalmente perdidos y fuera de lugar, en esa costumbre tan nuestra de llenar nuestra naturaleza de especies que no nos pertenecen. Esos árboles dan unas piñas increíblemente extrañas, perfectas, así que íbamos a buscarlas. Y de pino carrasco, que es el que hay en ese monte.
Pero mis recuerdos de ese sitio son sobre todo ajenos a mi familia. Era el sitio al que escapábamos en las tardes de verano, con las bicis y la merienda, cuando los padres no vivían paranoicos con los peligros de las carreteras. Algunas veces íbamos caminando, y a veces nos recogía algún coche. Me resulta todo tan lejano, tan ajeno. Si alguna de mis hijas hiciese alguna de esas cosas creo que me daría un ataque o algo similar. Y de repente me siento viejísima, miembro de una generación que vivió con mucha más libertad, tal vez con menos seguridad, aunque supongo que aparentemente, porque hoy hay muchos más riesgos, o tal vez sólo los veo como madre.
Buscábamos murciélagos, jugábamos a escondernos en las habitaciones vacías, temerosos a veces por la oscuridad, por los cuentos de fantasmas que habitaban aquellas paredes. Pero sobre todo por los falsos suelos. Es fácil caer en una bodega, en un silo a través del suelo deteriorado. Así murió un chico de mi pueblo hace demasiado tiempo. Pero vivíamos despreocupados, trepando a árboles, subiendo a tejados, colgándonos de vigas. Buscábamos egagrópilas de lechuza, para deshacerlas y recuperar esqueletos intactos de ratones, y otros pequeños animales. Éramos libres. No me recuerdo feliz. Pero en esos ratos lo era, estoy segura.
Después íbamos a hacer botellón, solo que no lo llamábamos así. Simplemente bebíamos, reíamos.
La última vez que fui allí con mis amigos tenía 16. Ya empezábamos a despedirnos de los veranos juntos, y éramos conscientes del final de algo, aunque no sabíamos exactamente de qué, ni en qué medida.  Bebimos, volvimos a escondernos, pero esta vez subían las apuestas. Si te encuentro chupito. Yo era muy buena escondiéndome. Había un árbol con el tronco hueco en el que me refugiaba desde niña. Me sentía parte del árbol. Él no nos encontraba, casi nunca nos encontraba, y bromeábamos con que lo hacía por los chupitos. Hasta que se desplomó y empezó a convulsionar. Hay enfermedades que se llevan como un estigma, como un castigo divino, así que sólo yo sabía qué coño le pasaba. No debes pasarte con los chupitos si tomas hasta 9 pastillas al día. No sé ni cómo llegamos al pueblo. Recuerdo la cara de su madre. ¿Por qué coño le has dejado beber? ¿Pero Nuria, cuánto ha bebido?
Éramos unos putos inconscientes. No sabía cuidar de mi misma, ¿cómo iba a saber cuidar de él?  Un susto, un maldito susto. Pero nunca volvimos.


Ahora mi árbol hueco yace en el suelo, un gigante caído. La casa no es más que paredes derrumbadas, no queda ni un techo. Las puertas arrancadas descansan en tierra, hartas de una vida de trabajo, de luchar contra el viento, el frío, la lluvia, y los críos que juegan a esconderse. Hay un pino caído en mitad de la balsa, ha arrastrado en su caída parte de los muros. Los restos de la vida doméstica allí aparecen esparcidos aquí y allá, desvencijados, a punto de desaparecer. La nevera se está hundiendo, por los agujeros de la cúpula se puede ver el fondo.


Volver a por piñas, e irte con el corazón encogido, con la tristeza de lo que dejé atrás, con los recuerdos desvencijados, derrumbados, a punto de desaparecer.
Trepé al cedro más alto, a hacer fotos de mi memoria que se difumina. Paseé por encima de mi árbol hueco, sintiendo una tristeza infinita al verlo majestuoso, vencido.
Volver, y sentir que el tiempo pasa. Que la naturaleza siempre gana. El terreno que los humanos le ganamos, ella lo recupera a poco que nos descuidemos. Bien por ella.


Salir, de Extremoduro
Counting Crows – Perfect Blue Buildings
Árboles, de El Hombre Viento... una letra cojonuda

sábado, 22 de diciembre de 2012

La soledad


La soledad, esa puta que hoy en un arrebato lésbico me besa en la boca, se ha mudado a mi vida. Hoy me abraza, me acaricia y me folla con amor, y con una pasión que casi no recordaba. Nota mental: demasiado tiempo sin sexo.
Hoy la soledad me acompaña, me habla, se entrega. Hoy la soledad es el frío en la calle, las ventanas de madera viejas mal cerradas, hinchadas por la humedad y el pasó del tiempo; la estufa de gas encendida, quemándome los pies, dejando que el frío se cuele por mi garganta; la alfombra llena de globos esperando que alguien les insufle vida; la lámpara arqueada, escualida, mal pintada; el cactus de plástico luchando por parecer de verdad, por su parcela de realidad en este cuarto; los sillones verdes cedidos;la cola, los folios, el libro abandonado porque intuyo cómo acaba y no soporto más finales tristes; el techo alejándose; las arañas, las arañas, las arañas; los opilones con sus largas patas de una fragilidad teatral, parecen robots aprendiendo a caminar, siempre a punto de tropezar y caer de bruces; los bongos; la caña; el gato rosa que maulla lastimero si lo aprietas; el suelo rugoso. El vino. El vino. Eso es todo. Falta de costumbre, supongo.
No, hoy la soledad no se siente sola. Está noche la amo sinceramente. Hoy todo parece más claro, mejor. Hoy he huido, y me he perdido en un valle, con un árbol casi desnudo lleno de lunas, regalos, luces absurdas.
Hoy soy. Hoy estoy. Hoy si que es Navidad.


Doctor Deseo – Ahora Que Estás Dormida

Pd: La soledad sólo es un estado de ánimo, y a veces no está tan mal. Nunca estoy 

jueves, 20 de diciembre de 2012

Feliz Navidad (o no, yo que sé)


Hace un año pensaba que todo acabaría en cuestión de días, pero pasa el tiempo, inexorable, y sigo en el mismo puto punto, estática, inmóvil, con los pies convertidos en piedra.
Cuando despierto, cada mañana, el rocío se ha helado en mis pestañas, y la escarcha me impide abrir los párpados. Sólo quiero ovillarme, y esperar a que todo acabe, a que todo pase.
Hacía años que no me encontraba tan invalidada, tan nada.
Me encanta la Navidad. Pero esta no. Esta es un maldito puto suicidio. Me asomo al abismo y me llega el eco de palabras que aun no he pronunciado.
Y sí, estoy triste. Jodidamente triste. Porque hace más de un año que no soy feliz. Y aun jode infinito.
¿Por qué me gustaba la Navidad? Trato de recordarlo para ver si recupero algo de cordura.
Me encanta la Navidad porque recuerdo más a la gente importante que se fue, y eso normalmente me hace feliz. Me siento más humana, más cerca de ellos.
Y sobre todo me gusta por él. Navidad siempre será él. Siempre se esforzaba por conseguir que creyese en la magia. Buscaba paja para los camellos, imitaba el sonido de las pisadas, las campanillas, todo. Cantaba, reía. Para mi él es la Navidad. Pero este puto año le echo tanto de menos que casi no puedo recordarlo.
Y sí, lloro letras. No puedo remediarlo. Me gustaría escribir cosas alegres, o cómicas, o lo que sea. Pero estos días sería traicionarme, mentirme, fingir. Y estoy tan cansada de fingir. En la vida real soy una madre que hace adornos de goma eva o de fieltro, que ríe, cuenta historias y sonríe mucho. Si aquí fingiese, no podría ser esa madre que mantiene la magia de la Navidad. Y no puedo permitírmelo.
Mi hija me pregunta si los Reyes existen, que Marta (una compañera de cole que tiene hermanos mayores) le ha dicho que no, que son los padres. Y yo tengo que esforzarme el triple, porque no es justo que pierda la magia a los 6 años.
Así que sí. Aquí estoy triste.
Así puedo hacer coronas navideñas para mi puerta para hacerlas felices. No hay otra forma. Si aquí finjo, no seré capaz de ser feliz con ellas. Estoy segura.
Y ahora voy a mostrarme. Nunca me habeis visto más que las manos, o la sombra. Esta soy yo. Con él. Y sí, mi aldea es muy pequeña, mi lugar en el mundo está demasiado perdido, lejos del mundanal ruido. Por eso lo amo.

Feliz Navidad. Lo será. Ahora mismo me pongo a ello.


Me pongo villancicos cañeros, y hago adornos, y galletas, y sonrío. Ahora sí. Ahora ya.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

La vida se rie en nuestra cara (recuerdos)

 
Estas fechas siempre me hacen acordarme más de los que ya no están físicamente, pero nunca me abandonarán del todo, siempre estarán en mi recuerdo, en mi corazón, o donde quiera que se mantenga el amor. Mis muertos me visitan en sueños, y me atacan en recuerdos cuando estoy despierta. No les temo. Me da tristeza, sólo eso. Quieren luz, dice mi madre si le digo que sueño con muertos. A falta de velas les escribo, como forma de mantener el recuerdo.
Hacía tiempo que no pensaba en él. Es asombroso como el cerebro consigue crear una especie de ficción. Si no lo pienso bien, siempre me da la impresión de que sólo es que hace tiempo que no voy a su casa a visitarle.
Siempre me llamaba flaca, así que empecé a llamarle gordo. Y él me lo permitía, divertido, mientras decía que había invertido mucho tiempo y dinero en esa barriga como para querer perderla.
Tenía millones de amigos, porque era un buenazo, y un bromista nato. Novias no. Me costó un poco darme cuenta de que se rodeaba de mucha gente para evadir la soledad, de que siempre fingía estar de puta madre, aunque no lo estuviera. El alma de las fiestas, casi todas organizadas por él. El bromista, el payaso. Pero a veces,  cuando nadie miraba, parecía triste. Darse cuenta sólo era cuestión de observar. Un mal vicio, lo de observar. Cuando todo el mundo se había marchado, se sentaba a mi lado en el sillón, y aparecía claramente el poso de tristeza. Estoy cansado, flaca, sólo eso. No os vayais aun ¿Vemos un partido? Y ponía un partido de fútbol viejo, de cuando Maradona no era esa caricatura de si mismo.


La mayoría se quedaba con la imagen fácil de él, frívolo, putero, payaso, mal hablado, poco más. Le recuerdo contando la historia de cuando una puta metió medio cuerpo por la ventanilla del coche, y mientras con una mano le masturbaba, con la otra le robó la cartera. Y él estaba más frustrado por la paja inacabada que por el robo. Lo contaba como si fuese lo más normal del mundo. Su sentido del ridículo era opuesto al mio.
Pero era increible. Llamaba y decía algo como: "flaca hago una cena en casa, te he comprado mollejas y chinchulines". O me hacía un asado para mi cumpleaños. O me mandaba fotos viejas cuando intuía que estaba triste.
Recuerdo cada vez que le arreglaba algo del ordenador. Me miraba muerto de la risa, y preguntaba si era normal que la flaca hablase con el ordenador mientras lo usaba.
Una vez le pregunté por qué no se buscaba a alguien. Yo, me dijo, me jugué hace 20 años todo a una carta. Perdí. No vuelvo a jugar...
Tuvo una novia. Él quería casarse, y todo salió mal. Así que durante más de 20 años le estuvo guardando una especie de entre luto y fidelidad a aquella relación. Dejó todo y se vino a vivir a España. 20 años.




Un año viajó de vuelta a Argentina, la primera vez que volvía desde que murió su madre. Y reencontró el amor. Se encontró con aquella novia. Se había casado, había tenido hijos, se había divorciado. Surgió la chispa de nuevo. Cuando acabaron las vacaciones ya habían decidido ser felices. Ella empezó a gestionar los papeles para ella y su hija menor. Él volvió y empezó con la burocracia para la boda. En eso estaban.
Una semana antes de que ella viniese al muy cabrón le dio por morirse. Un ataque al corazón. Todo muy rápido. Muy solo.
La vida es muy hija de puta. Suena a broma pesada del destino. Puedo escuchar su risa.

Andrés Calamaro – Volver
Joaquin Sabina – Con La Frente Marchita

lunes, 17 de diciembre de 2012

Perdón por la tristeza

Perdón por la tristeza. No quería fastidiar a nadie, ni nada parecido. A veces la vida me entristece y no mido lo que escribo. Lo siento. Era una historia real. Me la guardaré para mi. Lo siento por los que la hayais leido.
Me retiro hasta que pase la tristeza.
A mi también me encantan las Navidades, pero estas son distintas. Nadie tiene culpa de mis circunstancias personales ni tiene por qué aguantarlas. Así que os dejo mi simulacro de árbol de Navidad en mi lugar en el mundo (es una rama de sabina y todos los adornos los he hecho con mis enanas, no todo es tristeza) y un video muy chulo.




Hasta luego.

Cuatro con trece


 Tenía escrito un post, pero anoche no lo colgué, y hoy no me parece oportuno, sonaría agorera. Además, me he levantado y me he puesto las noticias asesinas, esas que me devuelven de un bofetón sonoro a la puta realidad. Madrid protesta por la privatización de hospitales, en Valencia seguimos con los cierres de farmacias y el racionamiento de medicinas, inauguran nuevos centros hospitalarios nada funcionales mientras dejan morir de abandono otros ya existentes, porque en esos no se pueden hacer la foto publicitaria. El mundo es un asco y nuestra sanidad se va a la mierda.
Y entonces me acuerdo de Manuel. Lo paré hace un par de meses, quizás más. Alto, enorme, con barba, voz fuerte y muy amable. Siempre he colaborado con ongs, me dijo, cuando la cosa iba bien colaboraba en varias. Pero me puse enfermo, perdí mi trabajo, normal, faltaba mucho (joder, qué poco claros tenemos nuestros derechos los esclavos... ah, no, espera, que ahora no los tenemos y punto). Mis hijos han vuelto a casa, los 2. Vivimos todos de los 426 euros del subsidio ese. Hasta que me lo quiten, supongo. Me han dado 2 ictus, ¿sabes? Salí del hospital la semana pasada. Los ojos se le empezaron a poner vidriosos, y yo aguantando el tirón, que no llore, que no llore, que me hundo y no levanto cabeza en un par de días...
Ahora me han mandado heparina. ¿Sabes qué es la heparina? Bueno, pues tengo que tomarla, pero como tengo 57 años y no soy pensionista, pues tengo que pagarla. Y se puso a llorar, y a mi se me partía el alma. No me acostumbraré nunca a ver a alguien llorar de impotencia.
Cuatro con trece, eso vale, cuatro con trece, pero no tengo para comprarla. ¿En qué momento me ha pasado esto, que no tengo ni para pagar cuatro con trece? Mira, mira los papeles, no te miento, tengo que tomarla. Cuatro con trece, cuatro con trece, cuatro con trece,... y lo repetía incrédulo, como si de tanto repetirlo pudiese desgastar el número y la cifra disminuyese.
Quieren que me muera, eso es todo. Así dejo de generar gastos. Sería lo mejor. Y lloraba de nuevo. Sería lo mejor. Pero, ¿y mis hijos? Sólo me tienen a mi.
Cuatro con trece, cuatro con trece, cuatro con trece.
Vengo caminando desde Burjassot, no te creas. No me llega para el metro. Bueno, así hago ejercicio, seguro que me sienta bien. Pero Manuel, salió la semana pasada del hospital, contesté yo ofendida con el mundo y con todo. Y sonrió amargamente.
Hoy he pensado en él, en si conseguiría dinero para la próxima caja de heparina, en si seguirá vivo, en si estará bien.
Mierda de mierda.

La Polla – Iros Todos A La Mierda
Extremoduro – La Cancion De Los Oficios

viernes, 14 de diciembre de 2012

Instrucciones para saber si te quiero

 
A veces las palabras no llegan, no son suficientes. A mi es mejor no escucharme, dices. No escuches. Observa, ya que tan poca importancia tiene lo que digo, ya que solo salen mentiras de mi boca.
Si observas sabrás si te quiero. Es sencillo. Lo bueno de que yo tenga esta obsesión por los detalles es que a poco que te fijes, lo que siento aparece en cada gesto.
Observa como cuelgo las tazas del desayuno. Fíjate en cómo pende la ropa recien lavada en las cuerdas. O hacia dónde miran mis zapatos cuando duermo. Mira mi letra, varía si te quiero. Fíjate en el color de mis ojos, ¿no ves que ya no son verdes si te observo?
Mira a tu alrededor mientras desayunas. Observa cómo hablan mis manos cuando estás cerca. Fíjate en cómo no rozo los pomos de las puertas, en como transito la cocina. No camino igual si te quiero.
Mira cómo están colgadas las chaquetas. Observa cómo me peino. ¿No ves que han vuelto el moño japonés y la trenza?
Fíjate en cómo visto. Sé que en eso te fijas, siempre con tu afán de controlarlo todo. ¿No ves que ahora soy yo, que he vuelto?
Escucha la música que me invade. Escucha lo que canto mientras cocino, lo que silbo mientras camino. Porque sí, he vuelto a silbar.
Me preguntas si te quiero. ¿Cuántas veces tengo que contestar hasta que me creas?


¿No ves el cadaver de lo que fuimos? ¿No hueles la putrefacción invadiéndolo todo?
No, no eres lo mejor que me ha pasado, deja de repetirlo. Sí, tal vez ya quisieran muchas. Busca una de ellas.
La vez que hace 15000 te dejo unas instrucciones por si no me escuchas.
No, no te quiero.


Vicentico – Ya No Te Quiero
The Last Shadow Puppets – I Don't Like You Anymore

(A veces querría ser así)

lunes, 10 de diciembre de 2012

Conversaciones absurdas (Navidad, Navidad, dulce...)

Esta mañana, aprovechando mi recien adquirida situación de desempleo y el tiempo libre que me ha traido, después de una entrevista de trabajo me he ido a comprar los Reyes para mis enanas, o a intentarlo, porque los juguetes han subido muchisimo (por lo menos el único que quiere mi hija mayor), y porque a pesar de ser lunes la gente se había vuelto loca y en pleno ataque de consumismo habían acabado con las mitad de las existencias de juguetes.
Al final he cogido una cosilla en la primera tienda de juguetes (luego el peregrinaje ha seguido, y he comprobado que por lo visto no hemos asumido la crisis, y los carros iban y venían llenos de comida navideña y juguetes en el centro comercial al que he ido en tercer lugar) y me he dirigido a la caja a pagar. Estando en la cola he presenciado una de las conversaciones más absurdas que he escuchado, y mira que he oido muchas.
Un chico y una chica, jovenes, bastante mal vestidos, preguntaban cuánto valía un videojuego para un niño pequeño. 61 euros, contesta amable la dependienta. Pues lo compramos, dice él tranquilo. Ella se desencaja, empieza a tartamudear incrédula. ¿Pero qué coño dices?, le pregunta. Si te llevas el juego no vamos a poder darle de comer. ¡En todo el mes!
En la cola nos miramos entre avergonzados de haber escuchado una conversación así y alucinados. Después hacemos como que miramos lo que vamos a comprar, o el móvil. La pareja sigue discutiendo, y la dependienta, cada vez menos amable les pide que lo sigan hablando en un lado, para seguir atendiendo. Ellos salen y se quedan en la puerta.
Cuando están a punto de cobrarme vuelve  la parejita, el chico coge el juego del mostrador y dice que se lo llevan, y la chica saca el dinero del bolso mirando al suelo avergonzada.


Joder, el mundo se ha vuelto loco, estamos todos gilipollas. Está claro que a todos nos hace ilusión comprar regalos a nuestros hijos, si son preciosos, mejor. Pero ...
Tenemos que tener sentido común, comprar con sentido común. Además, al final los niños acaban jugando con cualquier cosa que no sea ese juguete carisimo. Tazas, cajas, ... Y si no, pues con nuestra ropa, etc, que disfrazarse es mucho más entretenido que cualquier cosa. A mis enanas les encanta hacer búsquedas del tesoro. Nos disfrazamos de piratas (sí, yo también), hacemos un mapa del tesoro, escondo un tesoro, y... No hay videojuego que compita con eso.


Y si no, pues los tacones de mami. Lo que sea que no sea ese juguete carisimo que languidece en el armario.
Un poco de imaginación y sentido común.
Claro, que luego vienen a quitarnos el sentido común. El año pasado me pasé 2 meses convenciendo a mi hija de que sólo podía pedir una cosa por Reyes, porque hay muchos niños en el mundo, blablabla. Y luego en el colegio le pidieron que hiciese una lista con lo que quería pedir. Sólo puso una cosa, claro. Y su profe le dijo que eso era muy poco, que hiciese una lista más larga. Ohmmmmmmm. Nos los vuelven consumistas aunque nos neguemos.
El mundo se ha vuelto loco. Estamos en crisis, jodidos, y todavía no nos queremos dar cuenta, no nos queremos bajar del burro. Están locos estos romanos...
Pues nada, habrá que explicarle al niño cómo masticar el videojuego.


Stiff Little Fingers – White Christmas (Live)
 

sábado, 8 de diciembre de 2012

Rana en una caja

Hubo una vez una rana que vivía en una caja. Recordaba haber sido una rana libre. Vivía en una laguna, cerca de la orilla de un pequeño río, rodeada de ranas. Le gustaba croar, pero a veces no le parecía suficiente. Tenía que haber algo más que croar, saltar, cazar moscas,…


Pero aun así seguía croando, tranquila, saltando junto a otras ranas.


Una noche un buho la atacó, y la pequeña rana consiguió saltar hacia unos juncos y refugiarse, pero quedó asustada, se sintió diminuta e indefensa. Pasaron los días y a Rana le resultaba difícil recuperar su estado tranquilo, vivía aterrorizada, temiendo un nuevo ataque, aterrada ante el mundo. Y entonces llegó él. Para Rana era poco más que unas manos suaves y una voz profunda, porque era una sencilla rana y su visión no iba mucho más allá. Él la observó, atemorizada ante la vida y se propuso cuidarla. Poco a poco se fue ganando su confianza. Le daba aliento, palabras de apoyo, de vez en cuando le llevaba insectos para alimentarla. Para que no tengas que arriesgarte cazándolos, le decía. Cada vez se sentía más confiada y feliz. Ya no temía, porque sabía que él la protegería. Un día él le contó que la echaba de menos cuando no estaba cerca, y que temía que le hiciesen daño. Te necesito, le dijo. Y ella se sintió enorme, valorada. Alguien la necesitaba, a ella, un ser tan diminuto, tan poca cosa. Pasaron los días y cada vez eran más constantes los comentarios sobre el temor por su vida. Acechan tantos peligros, decía, temo por ti, ¿qué haría si te pasase cualquier cosa? Y el temor poco a poco fue echando raíces de nuevo en su interior. Al principio era algo diminuto, una pequeña semilla que fue germinando. Al final lo fue llenando todo. Y volvió el temor, volvió a vivir aterrorizada. Pero estaba él, y cuando estaba él se sentía segura. Tal vez fuese buena idea ir a vivir con él, como le había sugerido veladamente, así podría estar tranquila todo el día. Vivía cerca, la llevaría a diario a su pequeña laguna, sólo cambiaría que durante el resto del tiempo estaría protegida y segura. Así que accedió agradecida.


Él la llevaba a diario a la laguna, y la observaba mientras croaba, pero cada vez le parecía ver más peligros acechando, aun estando él cerca. Además todas las ranas envidiaban a Rana, eso decía él. ¿No ves que envidian nuestra felicidad? Temo que quieran alejarnos, por pura envidia, que te llenen la cabeza de ideas raras. Rana le decía que no, que ella no se dejaría influenciar. Pero cada vez que una rana se acercaba a hablar con ella, Rana pensaba en aquellas manos, en la voz apesadumbrada, y poco a poco fue dejando de hablar con el resto de ranas. Nos tienen envidia, es cierto, pensaba, con un poso de tristeza en su mente feliz de rana segura y protegida.


Al final carecía de sentido seguir yendo a la charca para no croar con nadie, para estar pendiente de no ofender a aquella voz profunda, o de pensar a las otras ranas envidiosas.


Él tenía un pequeño jardín, allí sería feliz. Descubrió alivio en la voz cuando dejaron de ir a la laguna a diario y se sintió feliz de poder devolverle un poco de la felicidad y seguridad que le brindaba. Saltaba tranquila entre la hierba. No te esfuerces, le decía él, aquí es mucho más difícil capturar insectos, porque no los encuentras distraídos tomando agua, yo los cazaré por ti, así no sentirás frustración por no cazar. Ella pensó que era divertido cazar, pero claro, si no iba a ser capaz…


Él la alimentaba, la observaba, pero cuando ella empezó a confiar en el entorno, a sentirse segura de nuevo, él empezó a hablar de peligros de nuevo. Había visto pájaros acechando, y hacía pocos días una serpiente le sorprendió cuando estaba cazándole los insectos. Menos mal que no eras tú la que cazaba, imagínate, hubiese sido terrible. Y ese sapo con el que hablas a través del muro, no creo que sea de fiar. Somos tan felices, ¿quieres dejar de serlo? ¿qué sentido tiene meter en medio a ese sapo? Y ella intentó explicarle que no metía en medio a nadie, pero que a veces echaba de menos conversar con alguien, pero él entonces la interrogaba, seguro de que ella estaba ya enamorada del sapo. Poco a poco dejó de hablar con el sapo, se fue alejando del muro, quedándose más cerca de la casa. Además, estaba aterrorizada por aquel pájaro que él había visto merodeando, observándola desde la copa de aquel árbol, sí, aquel que tú no alcanzas a ver, le había dicho.


Estaría más segura en casa, convinieron. He encontrado un sitio donde estarás cómoda, segura, no correrás el riesgo de que nadie te pise, o de que el pájaro voraz entre por la ventana en un descuido mio, mientras aireo la habitación. Y así fue como acabó en aquella caja. No quería contradecirle, porque él se contrariaba mucho, y ella no quería dejar de ser feliz. Además no era capaz de cazar. ¿Qué clase de rana eres que ni siquiera sabe procurarse sustento? ¿qué harías sin su ayuda, sin sus cuidados? Él tenía razón cuando lo insinuaba, ella no era capaz de vivir sin él. Era así de simple.


No croes tan alto, ¿no ves que tu croar histriónico molesta a los vecinos? Y ella empezó a croar bajito, no fuese que él no abriese la caja aquel día, no fuese a dejar de quererla, de cuidarla. Al principio sólo croaba bajito cuando él estaba cerca, cuando intuía los ruidos que delataban su presencia. Pero poco a poco la invadió una sensación de vergüenza. Tenía razón, su croar era innecesariamente escandaloso, chillón incluso. Además, temía que él llegase y la escuchase. La criticaría, no soportaba que la criticase.


A veces abría la caja y mientras le daba su ración de insectos le preguntaba cómo podía ser que una rana fuese así , que no fuese capaz de procurarse sustento. Creo que ya ni croar sabes, repetía con tono hastiado. Tenía razón, sin duda. Era una rana que no merecía llevar ese nombre, ni cazaba, ni croaba…


Pero una noche escuchó croar una rana a través de la ventana abierta. Era una noche calurosa, y el aire parecía denso, quieto, haciéndole llegar nítido el croar de una rana que sonaba parecido al croar que ella emitía hacía demasiado tiempo. Y no le sonó exagerado, ni escandaloso, le sonó bello. Y no escuchó a ningún vecino quejarse, todos parecían dormir plácidamente acunados por el bello croar de la rana a lo lejos. Y deseó ser aquella rana. Rana, la rana que vivía en una caja se dio cuenta que aquello distaba mucho de la felicidad, y que si aquello era ser feliz, bienvenida fuese la infelicidad. Se descubrió echando de menos el aire fresco de la noche en la charca, las libélulas revoloteando a su alrededor durante el día, con sus bellos brillos metálicos. Echó de menos las charlas, echó de menos cazar, evitar ser cazada. Echó de menos croar, sobre todo se dio cuenta de cuánto echaba de menos croar. Y deseó salir de aquella caja, llenar la estancia con su croar despreocupado, saltar libre por aquella ventana abierta y perderse en la noche en busca de su laguna.




Canción increible sobre un oso que anhela su libertad (de la banda sonora de Tango feroz)

jueves, 6 de diciembre de 2012

Mi lugar


Mi lugar seguro tiene 20 hormigas y un hormiguero, una rana, una mariquita y una salamandra, o dos. No se me da bien contar salamandras, me pierdo en su belleza, fascinada, y soy incapaz de pensar en números, en lógica.
Mi lugar seguro me arropa con nubes, con pinocha, pero a veces me llena de escarcha, esquirlas afiladas clavándose en mi piel, formando dibujos oscuros y tristes, tumbas, esqueletos.



Mi lugar en el mundo me susurra con voz de viento que puedo marcharme cuando quiera, pero siempre vuelvo, siempre regreso. Porque siempre está, desde el inicio, aunque renegué de él, me cortaron las alas y durante años no pude volver, pero siempre estaba aunque sólo fuera en mis sueños.
Mi lugar seguro me atrae como si estuviese imantado, me atrapa con sus lagunas azul hielo y las caricias de su brisa.


Mi lugar tiene aroma a setas, a tierra que se refresca con la lluvia del otoño. Me acaricia con sus ramas de árbol desnudo, hojas caducas.
Mi lugar está tallado en piedra, pintado al óleo, es sensual, y huele a besos.
Mi lugar en el mundo no es mio, porque un lugar así jamás te pertenece. Te llena, te inunda, coloniza cada poro, cubre todo. Pero no es mio, ni de nadie, porque es demasiado intenso.
Creo que mi lugar en el mundo no existe por si mismo, existe sólo dentro de mi, porque lo imaginé tanto que ya no es capaz de vivir fuera de mi mente. Mi lugar en el mundo, supongo, me habita.
En mi lugar puedo ser árbol, prójimo, puedo ser.
Siempre regreso, aunque me cercenen las alas. Ni lo intentes. No ves que mis alas son rabos de lagartija? Siempre me crecen unas nuevas. Siempre vuelvo.

 (Me encanta la letra, que la ciudad exista, tranquilamente lejos...)

lunes, 3 de diciembre de 2012

Escarcha en las alas


Mil veces. No, seguramente muchas más. ¿Cuántas veces he escuchado cada canción de Héroes? No sé. A veces siento que demasiadas, por lo general creo que no las suficientes. Voy conduciendo, con mis enanas en el asiento de atrás, escuchando Avalancha. Y de repente veo todo claro. Sé que hay que tomar decisiones.

Tomo una decisión, la materializo de una forma extraña pero tangible.
Pero mi vida es a plazos, a putos plazos cortos.
Hoy amanezco con alas. Mis perfectas alas remendadas. Hoy es hora del fin.
Pero mi vida es a putos plazos.


Fin de los plazos. ¿Que habías decidido qué? Y escucho cómo la vida se descojona en mi cara.
Fin de los plazos. Hasta nunca. El fin, pero no el que yo esperaba, el que tenía planeado.
Y mis alas se pliegan, raidas, noto cómo se resquebrajan. Mis perfectas alas se llenan de escarcha.
Mira vida hija de puta, una cosa te voy a decir: ganaste una escaramuza. Esta batalla la gano como que me llamo Nuria. Ni te imaginas lo cabezota que soy. Mañana te planto cara. Mañana sonrío, despliego mis alas, sacudo la escarcha y vuelo.


Prepárate zorra inmunda. Esta guerra la gano. Cuestión de tiempo.

Heroes Del Silencio – Avalancha (Directo)


sábado, 1 de diciembre de 2012

Falda de putita


Dame la falda de putita, me dice mi hija muy seria con su eterna lengua de trapo.


La pobre tiene que recurrir a veces a canciones, a gestos para que la entienda. Quiero totilla, y yo le digo: “¿Tienes hambre? Ahora mismo te hago una tortilla. ¿Me ayudas?”. Y ella “que no, que quiero totilla”, y yo tozuda: “¿tortilla?”, “no, totilla”, cada vez más lento, más alto. Hasta que, ya desesperada, mueve los dedos hacia mi axila con cara de vayamadreinútilmehatocadoendesgracia. ¡Cosquillas! ¡Quieres que te haga cosquillas! Claro, contesta con cara de estar de vuelta de todo. Le falta decir “es que pareces imbécil”. Seguro que lo piensa.


O dice “dibújame un tatito”, “¿un patito?”. “No, un tatito”, “¿gatito?”. “TA-TI-TO”, casi grita. “¿Un ratito (que entonces pienso “coño, que no sea eso, que a ver cómo dibujo un ratito, ni mi amiga la que siempre nos gana al Pictionary sabría cómo hacerlo”), zapatito,…? Y así hasta el infinito, mientras por dentro me insulto “mala madre, ni entenderla, joder, no puede ser tan complicado”. Y ella cada vez más exasperada pisotea el suelo nerviosa. Y de repente… la luz. Se le ilumina la cara y sonríe satisfecha. Y empieza a cantar: “que no sabía, que no sabía, que no sabía navegar”. ¡Coño, un barquito! y ella ríe feliz, media hora después, mientras le dibujo un barco.


Otras veces me sorprendo. Dice por ejemplo “tata tallú”, y mi hermana y su profe se rinden. “Joder, no la entiendo. No hay quién la entienda. No me mientas, tú a la niña le estás enseñando alemán”, dice mi hermana. Su profe sonríe y dice: “no te preocupes, ya hablará bien”, con cara de “sí, pero no me preguntes porque no tengo ni puñetera idea de lo que ha dicho”. Y yo digo: “mi vida (sí, soy así de moñas), ¿te has dejado las cartas de Caillou (un personaje de dibujos) en clase?”. Y ella me dice: “sí mami Nuya, vamos”. Y allá vamos.


Pero lo de putita me supera. “¿Qué dices princesa?” La falda de putita, repite. Y yo empiezo a preocuparme seriamente. Y ella señala un estante del armario convencida. Sí mami, la falda de putita, dame. Y de repente algo rojo asoma, y me recupero del susto, de imaginarme a mi princesita vestida de mini-furcia…


¡Ah, la falda del disfraz de Caperucita!


Coño, haber empezado por ahí.