miércoles, 8 de mayo de 2013

Capítulo 2 - BDSM (Mario)

El correo electrónico era de Erika, una chica que había conocido hacía más de
doce años a través de internet. Eran tiempos divertidos, bajando por primera vez un mp3 del Napster, comunicándonos con gente que a veces ni siquiera vivía en España. Tenía algo de milagroso el funcionamiento de las mailing list: escribías algo y al instante ese texto estaba en el correo de cien, doscientas personas. Ahora miramos al pasado con displicencia, la tecnología nos ha acostumbrado a los cambios bruscos, vemos el papel de las cartas como algo anacrónico.
Con Erika me unió la obsesión por Anne Rice y la literatura en general. Ella escribía muy bien, relatos sobre cónclaves de vampiros, la obsesión sobre la muerte y la sangre. Iba a un par de locales góticos en Barcelona, fue ella la que me animó a través de largas cartas a escuchar determinados grupos de doom metal. El caso es que tenía una relación con un chaval de Madrid. En aquel momento todo aquello de las relaciones a distancia me parecía muy estúpido y me reía abiertamente de todas aquellas gestas para mantener la pasión a través de llamadas de teléfono y te quieros susurrados en mails y cartas.

Cuando me dijo que se había decidido a venir a ver a su novio le dije que no quería verla, que precisamente ese fin de semana estaría ocupado. Ella no lo entendía, discutimos. Pero claro, ¿cómo reconocer que esa amistad de apenas tres meses estaba ribeteada por una intensa atracción? Una semana después vino a Madrid sin que lo hubiéramos arreglado. Lo que sucedió después fue lamentable: su apacible y romántico novio se la llevó a un hostal de Chueca, la tiró sobre la cama y la desvirgó brutalmente. Luego se lavó y se largó a su casa dejándola tirada. Una puta venganza calculada por haberle hecho esperar casi un año para verse. Nunca tuvo la empatía necesaria para entender a Erika, pensaba que estaba jugando con él, pero lo que sucedía es que estaba asustada, era demasiado frágil.

Ella me llamó, pero no quise cogerle el teléfono, me la imaginaba buscando algo de tiempo para tomarse un café conmigo después de disfrutar del sexo con su novio, todavía con el rubor en las mejillas, y me subía una nausea. La dejé sola.
Es una historia jodida. En otras circunstancias esa preciosa chica de veinte años, voz cautivadora y literatura tortuosa habría tenido una época desesperanzadora, con lágrimas, coqueteos con la anorexia, volcándose en la estética gótica más brutal. Pero mi bella Erika no. Ella volvió a Barcelona ese mismo día, sonrío a sus padres, a su hermana y actuó de forma sosegada y tranquila. Luego ese mismo fin de semana mientras todos dormían se levanto de madrugada, mandó un par de mails y se suicidó tomando un bote de pastillas.

Uno de esos mails fue para mí, me contaba como se sentía, lo que había salido mal, como había tomado las precauciones necesarias para que nadie entrase en la habitación. Una carta de suicidio llena de detalles espeluznantes que leí unas horas más tarde, pasadas las doce del mediodía, cuando ya era demasiado tarde para hacer nada. Una carta que he seguido leyendo durante los últimos doce años, grabada ya en mi memoria todas las palabras llenas de cariño y refinada venganza que la componían.
Y ahora recibo esto desde la misma dirección de correo, con la misma expresión de despedida, el mismo color rojo en cursiva, a la misma hora que aquel mail:

Hola Mario,
Vuelvo a Madrid. Me gustaría verte esta vez. Te quiero devolver el libro que me dejaste. Ya está todo olvidado.
Ven a buscarme, llegaré a las once de la mañana a la estación de autobuses. No he cambiado nada, estoy seguro de que me reconocerás.

Un beso y hasta siempre mi querido F.

Podría ser su hermana pero, ¿por qué ahora? ¿Qué sentido tiene? Y además, lo del libro… eso es imposible que lo leyera en nuestros mails, era una broma telefónica, no había ningún libro. Me estoy volviendo loco. ¿El exnovio, al que di esa paliza de muerte? No, tampoco tiene sentido.

(…)

Estación de autobuses. Diez y media de la mañana. No he podido dormir. Sé que es una puta broma sin sentido. Pero tenía que venir. Intenté contestar al mail pero la cuenta se desactivó justo después de mandar ese único correo. He buscado por internet pero no hay ningún registro, no se había usado hasta ahora. Sigo andando de forma paranoide de un lado para otro. Tengo la garganta estriada. Necesito una copa.
El autobús llega, andén dieciocho, es el único que viene de Barcelona en las próximas dos horas. Empieza a bajar gente. El corazón me pega un vuelco cuando veo a alguien muy parecido a ella. No, se besa con un gañán pelirrojo. Ah, las estaciones de autobuses siempre transpirando amor. Encuentros, despedidas, pero siempre pasión, lágrimas, intensidad. Merece la pena sufrir durante un par de meses una relación a distancia, se acumula tanta necesidad de contacto físico que el reencuentro sexual es brutal, la carne es violada, penetrada, sometida, acosada hasta el último gramo de violencia y voluntad.
Divago sin sentido, me duele la cabeza. El último pasajero recoge su equipaje. Bien. Alguien ha demostrado que soy un autentico gilipollas. Suena el móvil: un mensaje, sin remitente: “Esto es solo el principio”

Miro a mi alrededor: el show de Truman ha comenzado. Genial. Alguien quiere joderme, una puta novedad, normalmente la gente se deshace de mi recuerdo como si se tratara del gesto automático de tirar una bolsa de basura al contenedor. Tranquilízate. A fin de cuentas esto lo hace más fácil, hay pocas personas que sepan este detalle de mi pasado, de hecho solo hay tres. Hago una llamada.

(…)

Llego a casa de Natalia unas horas después. Llamo. Me hace esperar unos minutos. Cuando abre la puerta intento controlar mi reacción: lleva el conjunto usual de cuero y botas altas, el atrezzo de dominatrix que la hace tan jodidamente hermosa. Me dice que he interrumpido su sesión y que ahora tendré que participar. Quiere jugar, es ella quien me ha indicado la hora exacta a la que podía venir. No importa, me esperaba algo así, supongo que también me echa de menos. Entramos en su casa, la sigo dócilmente aunque conozco el camino hasta su habitación de juegos.

No es Carlos, debe de haber cambiado otra vez de sumiso, le tiene atado con unas cadenas de las argollas que cuelgan del techo, totalmente desnudo excepto por una mascara con mordaza que le cubre la cabeza. Parece que está bien enseñado porque no hace ningún ruido al verme entrar. Me acomodo, nunca lo admitiría pero entrar aquí me produce una punzada de nostalgia.
Le desabrocha la cremallera de la boca, con una floritura coge la fusta de la pared y le empieza a golpear con ella. Duro. Por todo el cuerpo. Ensañándose en las zonas más sensibles como los testículos, los pezones. Le aprieta con dureza los cojones entre sus manos mientras le insulta. Él no se queja, solo afirma con la cabeza. Es una buena Ama, le tiene muy bien educado.

Me mira de soslayo. Está presumiendo. Se acerca al armario de juego y saca un arnés que tiene incorporado un dildo bastante grande. Se lo coloca, lo embadurna con un aceite lubricante y sin más preparativos se lo empieza a meter. Esta vez grita por el dolor. Natalia le coge del pelo y tira hacía atrás. Le besa. Joder. Cariñosa. Eso es nuevo. Pero a la vez le sigue empalando un poco más. Siento una mezcla de repulsión y excitación, a fin de cuentas hace tiempo era yo quien estaba ahí atado disfrutando del mismo trato.

Le sigue sodomizando durante lo que se me antoja un tiempo eterno. El tipo va relajando sus gritos hasta que al final solo son unos gemidos entrecortados.
Natalia: ¿Te quieres correr mi sucio perro?
Sumiso: Sí Ama, por favor, déjame correrme.
Natalia: Has gritado demasiado, me has hecho quedar mal ante mi invitado.
Sumiso: (gime débilmente) Lo siento mi Ama, lo siento.
Ella hace desaparecer la totalidad del dildo en su interior. Echa un poco de lubricante en su mano y le empieza a masturbar
Natalia: Ah, mi pequeña puta, suplícame que te siga sodomizando.
Sumiso: Por favor, por favor, dame por el culo, soy tu puta.
Natalia: ¡Mas alto perra!
Sumiso: ¡Soy tu puta, soy tu puta!
Empieza a aumentar el ritmo, más y más fuerte. El sumiso por fin se corre gimiendo como un cerdo amancebándose en el barro. Natalia le suelta las cadenas, y él se tira a sus pies.
Natalia: Sucia mascota, limpia con tu lengua lo que has ensuciado. Hoy no mereces un plato, lámelo directamente del suelo

Maravillosa estampa. Cuando termina sale de la habitación a cuatro patas. Ni siquiera me ha mirado.

Mario: Vaya, veo que tu nuevo sumiso está a la altura de tus expectativas.
Natalia: (Enarca una ceja) ¿nuevo sumiso? No. este no es Isaac. Es solo un cliente. Me paga bastante bien por una hora de mi tiempo. Bueno, ¿qué quieres? Pensaba que ya no querías saber nada de mí.
Mario: Es ridículo de contar. Alguien que me conoce muy bien está intentando joderme. Todo resulta un poco inquietante. Tendrás que perdonarme, no he dormido nada, ahora al verte me doy cuenta que es una estupidez, tú nunca serías capaz de…
Natalia: Podrías haber inventado una excusa más verosímil para venir a verme. Si, te noto nervioso, ¿necesitas un poco de desahogo? No te cobraría esta sesión…
Clava en mí sus ojos azules, implacables, sin un atisbo de emoción, pero expectantes. Siento la urgencia, sí, en el fondo me gustaría estar aquí de nuevo, tumbarme en el suelo y agachar la cabeza en espera de sus ordenes, olvidarme de todo, volver a ser suyo y dejar las preocupaciones, las decisiones. Simplemente dejarme llevar por su castigo, por su placer. Ella sonríe conoce mis reacciones…
Mario: Eres la mejor, y lo sabes. Y sí, quería verte de nuevo, contemplar de nuevo esos ciervos azules que naufragan en tus ojos. Pero todo sigue igual, necesito las dos cosas, necesito este mundo –y muevo la mano alrededor de la habitación-, pero también algo más, algo cálido que tú nunca has tenido, algo que sirva de contraste.
Natalia: Bah, tonterías. Idioteces. Acuéstate conmigo. Vuelve.

Suena un portazo, el cliente se ha ido según lo estipulado sin volver a la mazmorra. Estamos solos.

Fin del capítulo 2.


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