jueves, 15 de mayo de 2014

Recuerdos...


El martes empecé en el nuevo trabajo. Por ahora estoy haciendo la formación, pero me está gustando lo que veo. El primer día me dieron un libro para que lo leyese. Es sobre comunicación. Por lo visto dan muchos libros para que los leas y hagas una valoración. Y, yo qué sé, será que no estoy acostumbrada a que la gente le de valor a los libros, pero me ha gustado esa política de empresa.

El libro es corto, una historia. A través de esa historia vas descubriendo con el protagonista cómo mejorar la comunicación. Habla del valor de las historias, de los cuentos, y de cómo los mejores comunicadores, la gente que al final nos marca, son gente que no intenta convencerte, que respeta tus opiniones, que explica su visión sin necesidad de enfadarse.


Y entonces me he acordado de él. En realidad lleva unos días rondándome. Mi madre opina que cuando los muertos te rondan la memoria es porque quieren luz. Recuerdo una época en que soñaba constantemente con mi primo, y cada vez que lo decía mi madre encendía una vela. A mi me hacía gracia. Ahora estoy pensando en encender una. Me estaré haciendo mayor.


Mi tío murió hace casi tres años. Ya he hablado de él, seguro. Siempre recuerdo las mismas cosas. Pero es que era importante, siempre fue importante.
No recuerdo que nunca levantase la voz. Era pequeño, de mi altura, y delgado. De joven siempre estuvo enfermo. Lo dieron por un caso perdido, una enfermedad grave de los pulmones con una tasa de mortalidad muy alta en aquella época. Cuando mi tía decidió casarse con él fue un drama, porque pensaron que se casaba con un moribundo. Pero siempre fue un superviviente. Se recuperó, llevó una vida normal, hasta que hace casi 3 putos agostos le dio un infarto y se murió. Recuerdo la escena a cámara lenta, cuando entré a su habitación y lo supe muerto, aunque tardó 4 días en morir. Es extraña la memoria en momentos así. Recuerdo detalles absurdos.

Cuando me dijeron que había muerto (realmente) estaba en el parque con mis hijas. Me senté en el suelo y no podía casi respirar. Intentaban hablarme y yo estaba lejos, en aquellos veranos en la sierra de Madrid.

Mi padre y mi tío eran apicultores, y todos los veranos íbamos a una aldea de la sierra de Madrid con las colmenas. Nos cedían la escuela, y durante todas las vacaciones vivíamos allí. Aprendí a caminar corriendo detrás de unas gallinas en La Hiruela. Eso me contaba mi tío muerto de la risa. Creían que nunca aprenderías a caminar, y un día saliste corriendo, decía.


Mi tío se sentaba contigo y sólo con mirarte a los ojos sabía qué te pasaba. Te contaba una historia, algo que aparentemente no tenía nada que ver con lo que a ti te preocupaba. Pero, joder, siempre tenía que ver, siempre encerraban sus historias la respuesta. Y además tenía la rara capacidad de saber escuchar. Y, si pensaba que estabas haciendo algo mal, sólo te hacía un par de preguntas para que tú llegases a esa conclusión y rectificases. Cuando era adolescente me jodía tanto que hiciese eso…
Con el tiempo aprendí el valor que tenían sus charlas conmigo. Nunca imponía, pero te hacía recapacitar.
Y tenía aquel sentido del humor tan particular. Cuando reía lo hacía como lo hacen los niños, con todo el cuerpo, sin pudor.


Levo días recordando cuando “cortaban” las colmenas (sacaban los panales), siempre me traía un trozo de panal. Yo me metía pedazos en la boca, y al masticar la cera crujía y estallaba en chorros de miel. Y él sonreía al ver la miel chorreando por mis muñecas. Ten cuidado con las abejas, decía, a ver si esta vez no llegamos. Todo porque cuando tenía 5 ó 6 años descubrimos en mitad de la montaña que yo era alérgica a las picaduras de abeja y casi no llega a llevarme viva al consultorio más cercano.
La memoria es extraña. Será que le echo de menos.


Hoy me he dado cuenta de que me encantaría ser así, contar historias como él lo hacía, convencer sin tener que intentarlo.
Y también he caído en la cuenta de que para ser un comunicador cojonudo no hace falta citar a mil autores. Transmitir es algo más. Que te llegue lo que cuentan, que te golpee por dentro no tiene que ver con palabras grandilocuentes, ni con la perfección.

Ojalá golpear los sentidos con palabras. Ojalá.


jueves, 1 de mayo de 2014

Ahogarse en tristezas y que la vida te haga el boca a boca

Hace unos días escribí en mi otro blog algo jodidamente triste. Voy a colgarlo, pero no para que sintáis pena, si no para que os hagáis una idea de cómo estaba en ese puto momento. Algunos ya lo habéis leido, lo siento.

Hasta que se suspendió la vista por la demanda de divorcio llevaba todo con sentido del humor, tenía bajones, pero pasaban enseguida. Desde que se suspendió el juicio he ido en caida libre. No recuerdo nunca, ni en la puta adolescencia, con todos los problemas que tuve, nada así. Nunca me había sentido tan invalidada por la tristeza. Sólo hubiese llorado, sólo eso, los dos últimos meses. Pero no puedo llorar. Porque es como abrir compuertas, no hay término medio, no son unas pocas lágrimas y seguir. No, si empezaba a llorar sabía que no podría parar. Pero cuando lloro me convierto en un monstruo, ojos hinchados, congestionada. Y no puedo trabajar así. Y mis hijas tampoco merecen ver tanta tristeza.


El último mes no he conseguido llegar ni a la mitad del objetivo de producción en mi trabajo. Lo intento, pero es como si hubiese olvidado cómo se hace.

Este es el post (siento compartir tanta tristeza): Sonríe chica triste.





 (Imagen de Albert Soloviev) 


¿Cómo sabes que has tocado fondo? No lo sabes, nunca lo sabes. Puedes pensar, chica triste, que has llegado al límite cuando te das cuenta de que te da igual vivir o morir. O tal vez creas, tú, la de la media sonrisa que esconde abismos, que es cuando llegas a la conclusión de que el mundo seguiría girando sin ti, que nada cambiaría demasiado. Y puede que sí, que hayas llegado al límite. Pero la vida es una zorra a la que le gusta jugar, y apuesta con la tristeza a que aún puedes caer un poco más bajo, a que aún te cabe más desesperanza en los ojos, esos que ya nunca son verdes.


Y entonces te das cuenta de que ese fondo que pensabas usar para tomar impulso, y salir con la sonrisa ya puesta, aunque los labios tengan marcas de tanto morderlos, es una puta piedra en la profunda capa de fango que cubre el fondo. Todavía queda lo peor, aún queda notar cómo la piedra se hunde bajo tus pies y el fango te va manchando el cuerpo. Y la tristeza es un puto lodo demasiado pegajoso como para limpiarlo a base de sonrisas desesperanzadas. 

Puede que al principio intentes no hundirte, pero al final dejas de luchar, y el fango encharca tus pulmones, alvéolos incapaces de cumplir su función. Y te ahogas, chica triste. Te ahogas sin remedio, como un pez boqueando en mitad del vacío, incapaz de respirar ausencias.


Puede que caigan lágrimas, desbordando el monzón interior, y puede que ya ni puedas levantar las manos para limpiar las mejillas con el dorso, en ese gesto de tristeza rabiosa y contenida. Puede que te apetezca llorar quince días seguidos, como aquel puto diciembre, cuando creíste, pequeña ilusa estúpida, que no te podrías levantar más, que no se podía estar más triste. Pero la vida se lo tomó como un reto, y se propuso demostrarte que aún se podía, que aún no te habías acercado siquiera al fondo.


Y entonces sonríes, chica triste, sonríes al recordar esa sensación de imbatibilidad que tenías cuando estabas enamorada, cuando creíste, pequeña niña absurda, que alguien te podía amar.


Y ahora, chica triste, seguro que follarías. Te convertirías en perra en celo, follarías rabiosa y llena de ira, intentando alejar a tristeza. Ahora morderías, arañarías, gemirías joderes, lamerías. Ahora besarías, chica triste. Pero ya ni eso haces. Ya no hay nadie a quien besar.
Ríndete chica triste. Estás jodida. Estás perdida. Ya ni siquiera sueñas.




Y una mierda. Dame un día. Un día y me rehago. Dame un día. Pero que sea largo.

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Esto era el post. Y juro que cada palabra es cierta. Imaginad cómo estaba.


Recibo una llamada para una entrevista de trabajo. Ni recuerdo cómo ha llegado mi currículum allí, pero qué más da. Voy a la entrevista: psicotécnico (nunca había hecho uno así, y me divirtió mucho, era como ir resolviendo acertijos, un misterio), dos "Reading", una carta en inglés, un test de personalidad y una carta en castellano.
En la entrevista un montón de niñas monas y yo, que debo ser de las mayores, y seguramente la menos maquillada. Acojonada, cada vez más acojonada.
Había una chica que se llamaba Nuria, y tenía mi primer apellido. Sonrío. Me gustan las casualidades.


A los dos días suena el teléfono. Quieren verme para una entrevista personal. Yo inmediatamente pienso que se han confundido de Nuria, siempre con la autoestima bien alta. Pero voy a la entrevista. Allí me dicen que les ha impresionado mi nivel de inglés (juas), diez sobre diez en los reading. ¿Sorprendida? dice una de las entrevistadoras. Y sigue la entrevista en inglés. Ahí queda patente lo oxidado que está mi inglés hablado. Les juro que yo en septiembre (cuando necesitan el inglés) vuelvo a mi nivel de inglés. Eras buena estudiante, ¿verdad Nuria? pregunta sonriendo. Yo me pongo roja, como si me hubiesen pillado copiando e intentase justificarme.
Hace cuatro años que les envié mi currículum.


Una llamada, cuando ya no la espero. Y de repente la vida decide besarme con lengua. Se abre una ventana de par en par. Tengo un trabajo. Un trabajo sin vender nada, sin objetivos. Un trabajo con alta en la seguridad social. Y si cuando acabé la facultad me hubiesen dicho que estaría dando saltos en mitad de una calle al escuchar que me contratan para trabajar de recepcionista me hubiese descojonado. Pero la vida ha cambiado mis expectativas.

Si supero los seis meses de prueba seré indefinida. Podré ser autosuficiente. No sé si alguien imagina qué significa esto para mi. Es la puerta hacia la libertad, hacia la salida.

Y pienso salir dando un portazo. Y que se joda Tristeza.


                                      (Un regalo que me ha hecho un amigo, y joder, me encanta)